Es inevitable que todas las profecías bíblicas se cumplan. Ni una sola dejará de hacerlo.
Hace poco menos de dos mil años, se escribió en el libro de Apocalipsis la profecía de un asteroide que impactará en uno de nuestros océanos, causando la extinción de la vida en la tercera parte del planeta. Según las conclusiones que presento a continuación, tal profecía se cumplirá en cualquier momento.
No es fortuito que las grandes superproducciones cinematográficas insistan en advertir de la catastrófica destrucción que un gran asteroide podría provocar al colisionar contra nuestro planeta.
Tampoco lo es que, por su parte, las agencias noticiosas cotidianamente reporten la aparición en el espacio de alguna de esas grandes rocas que pasan cerca de la Tierra.
Ello se debe a que los gobiernos hace décadas que han detectado el peligro real de que la trayectoria de una gran roca espacial, con las dimensiones suficientes para amenazar la vida, se encuentre con la órbita de nuestro planeta. Por lo que —a través de diferentes canales— se pretende comenzar a crear conciencia de ello, pero alarmando lo menos posible.
Si mi interpretación es correcta, entonces está cercano el día en que nos despertemos con la peor noticia.
Probablemente, primero se anunciará que los científicos habrán detectado una súbita y muy preocupante anomalía: las pavorosas fuerzas gravitacionales de Júpiter y Saturno habrán eyectado un enorme asteroide en dirección al sol y las probabilidades de que su trayectoria se cruce con la órbita terrestre lamentablemente serán altas. La noticia seguirá en curso, y más adelante, cuando los principales observatorios astronómicos en todo el mundo terminen sus cálculos, se actualizará confirmando que, en efecto, un asteroide potencialmente peligroso se dirigirá rumbo a la Tierra y su tamaño será suficiente para causar la extinción de la vida en nuestro planeta.
Al principio habrá escepticismo e incredulidad; la gente se burlará y lo negará alegando un plan de los gobiernos para distraer la atención de otros problemas. Pero luego, días más tarde, cuando la gran roca espacial pueda distinguirse, habrá desolación y llanto, seguidos de rabia, saqueos y destrucción.
La aparición del objeto será tan súbita que dejará sin margen de acción a las incipientes defensas planetarias.
Un pequeño punto aparecerá en el cielo. Cada vez se hará de mayor tamaño. Pronto alcanzará el tamaño de la luna y al entrar en la atmósfera se encenderá en llamas, arrasando finalmente con gran parte de la vida en nuestro planeta.
Pero en medio de todo ello, ciertas personas habrán estado extrañamente tranquilas, felices y en paz: el pueblo de Dios. Porque desde un principio, en sus corazones, supieron que era hora de dejar este mundo para ir a casa y por fin conocer a su Señor en persona.
Qué son los asteroides
Los asteroides son formaciones rocosas, la mayoría de las cuales se ubican orbitando alrededor del sol entre Marte y Júpiter en el llamado cinturón de asteroides.
Los científicos piensan que son Júpiter y Saturno quienes disparan a los asteroides desde esa zona hacia la de la órbita terrestre.
La mayoría de ellos son pequeños, pero otros, pueden llegar a medir cientos de kilómetros de diámetro y en promedio son capaces de alcanzar la velocidad de 25 kilómetros por segundo.
Durante el año muchos de ellos de tamaño minúsculo entran en la atmósfera, se encienden y se transforman en meteoritos. Son los que conocemos como estrellas fugaces y no representan peligro para nosotros.
Sin embargo, los asteroides de gran tamaño son motivo de preocupación, porque pueden causar efectos devastadores —incluso eventos de extinción masiva— al colisionar contra nuestro mundo.
Un asteroide de esa categoría es perfectamente capaz de arrasar con todo lo que hay en el planeta. Ya sucedió hace 66 millones de años, cuando el impacto del de unos 14 kilómetros de diámetro en lo que hoy es la Península de Yucatán ocasionó la extinción de los dinosaurios.
El asteroide del Apocalipsis: análisis de la profecía
Acorde a lo que está Escrito, el evento dará inicio con una destructiva lluvia de aerolitos de buen tamaño que impactarán mayormente en tierra firme. Quizá el acontecimiento comenzará de manera moderada, pero conforme su duración se vaya prolongando, la lluvia de fuego se volverá más nutrida y devastadora. Será como un bombardeo intenso de misiles altamente destructivos provenientes del espacio exterior:
“Y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento”. Apocalipsis 6:13
El 15 de febrero de 2013, un asteroide impactó en las proximidades de la ciudad rusa de Cheliábinsk, causando grandes daños y decenas de heridos.
Entró en la atmósfera de la Tierra, sin que ningún sistema de alerta hubiera identificado antes su trayectoria por el espacio. Al hacerlo, el bólido liberó una energía de 500 kilotones, treinta veces superior a la bomba nuclear de Hiroshima.
El asteroide explotó a una altura de unos 20 kilómetros, generando una onda expansiva que rompió ventanas y derribó incluso partes de edificios y estructuras. Oficialmente, alrededor de unas 1,500 personas resultaron heridas.
En internet, actualmente existen los videos de testigos que alcanzaron a grabar el fuerte resplandor en el cielo del llameante objeto, seguido de su estallido y la destrucción provocada. Basta con escribir en el buscador “asteroide de Cheliábinsk” para tener acceso a una gran cantidad de resultados, los cuales recomiendo sean reproducidos a fin de dimensionar la magnitud de los eventos de los que estamos hablando.
La NASA estima que el tamaño de la roca espacial que estalló sobre los cielos de la ciudad rusa, habría sido de aproximadamente 17 metros de alto por 15 metros de ancho, con una masa de 10,000 toneladas en el momento de su ingresó a la atmósfera, haciéndolo a una velocidad de 18,6 km por segundo.
Todo ese daño lo hizo tan solo un asteroide de tamaño relativamente pequeño, sin embargo, la profecía habla no de uno, sino de una intensa lluvia de esos meteoritos.
El efecto destructivo equivaldrá al que causarían bombas atómicas cayendo del cielo. En cuestión de horas, granizo y fuego arrasarán con la vida en gran parte del planeta. Las detonaciones harán estallar edificaciones, puentes, carreteras y demás infraestructura:
“El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra; y la tercera parte de los árboles se quemó, y se quemó toda la hierba verde”. Apocalipsis 8:7
Esos primeros pedazos conformarán el material que vendrá delante del asteroide mayor, ya sea porque se habrá fragmentado antes de entrar a la atmósfera (tal vez en un intento fallido por fragmentarlo o desviarlo) o porque el cuerpo celeste será tan denso que traerá consigo arrastrando otras rocas más pequeñas (o una combinación de ambas posibilidades).
Pero si bien la lluvia de meteoritos causará una destrucción espantosa y la muerte de mucha gente, el verdadero horror vendrá después, cuando el fragmento mayor nos golpee con toda su fuerza impactando contra uno de nuestros océanos:
“El segundo ángel tocó la trompeta, y como una gran montaña ardiendo en fuego fue precipitada en el mar; y la tercera parte del mar se convirtió en sangre”. Apocalipsis 8:8
Tal vez a todos nos gustaría pensar que tales eventos transcurrirán durante una noche en la que tranquilamente iremos a la cama, y mientras dormimos, sin darnos cuenta de todo ello, nos evaporaremos yendo directo a la presencia del Padre Celestial. Sin embargo, tengo que decir que Apocalipsis muestra que el evento será agónico, ya que se verá venir con el suficiente tiempo de antelación para incluso tratar de esconderse:
“Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero.” Apocalipsis 6:15-16
Según lo que deja ver la profecía, el golpe será de tal magnitud que alterará la geografía a nivel global. Todo monte y toda isla se moverá de su lugar. Quizá la Tierra se bamboleará e incluso afectará el eje de rotación, cambiando a los polos de lugar, alterando aún más el clima. Provocará terremotos, erupciones volcánicas, que causarán que el cielo se oscurezca, y la desaparición de ciudades enteras debido al gran maremoto que generará:
“Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar”. Apocalipsis 6:14
La muerte de todo ser vivo se producirá por el azote de las olas y todos los escombros que arrastrarán las gigantescas masas de agua generadas. Posterior al cataclismo, si es que hay sobrevivientes, quedarán incomunicados y pronto comenzarán a presentar enfermedades debido mayormente a la escasez de alimentos y la contaminación del agua potable.
El impacto provocará un gran terremoto que derrumbará las ciudades. En otras partes la tierra se abrirá y se tragará todo lo que haya alrededor. La sacudida de las placas tectónicas provocará violentas erupciones volcánicas en todo el planeta, cubriendo de ceniza el cielo:
“Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre”. Apocalipsis 6:12
Entonces se cumplirá lo que El Señor predijo cuando se refirió a los tiempos de Noé y Lot, en los que hubo destrucción por agua y fuego. En tal profecía, la cual leeremos a continuación, se está anunciando este mismo evento en el que asimismo parte del mundo será destruido no solo por agua, como fue en los tiempos de Noé, sino también por fuego, tal como sucedió en los tiempos de Lot.
Si nos fijamos bien, entenderemos que primeramente, al mencionar a la destrucción por agua de la historia de Noé, se refiere a las gigantescas olas marinas que el asteroide, al impactar en el mar, sepultarán bajo el agua buena parte de la vida terrestre; y en seguida —al hablar de la lluvia de fuego del relato de Lot— alude a la destrucción que por su parte causarán los asteroides más pequeños que arrasarán en otra parte del mundo:
“Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos [el asteroide que caerá en el mar]. Asimismo como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre [los asteroides que caen en tierra], y los destruyó a todos”. Lucas 17:27-29
¿Dónde golpeará?
Todos los pasajes leídos confirmarían que mientras que un nutrido número de fragmentos se precipitará sobre tierra firme, será la gran roca espacial la que impactará en uno de los océanos ¿Pero, en cuál?
Caerá en el océano Pacífico.
La profecía nos dice que el cataclismo consumirá la tercera parte del planeta. Curiosamente, esa tercera parte se correspondería muy bien con el continente americano, o bien parte del continente americano y también del asiático.
Si el cataclismo sucediera en el océano Pacífico y destruyera gran parte de América y de Asía y además toda Oceanía, para los dueños de los grandes capitales sería Europa el lugar natural para emigrar y ponerse a salvo (Ellos, por supuesto, sabrán antes que ninguno cuando el asteroide se dirija hacia la Tierra y contarían con suficiente tiempo para maniobrar. Realmente me sorprendería mucho si no tuvieran armado ya un plan secreto de alerta temprana junto con un protocolo de emergencia). Así, los grandes capitales quedarían muy cerca de Israel. Ya veremos que esto que acabo de hacer notar es clave para la comprensión de tal evento.
Existen una cantidad casi infinita de posibles escenarios. Dependiendo de múltiples factores como ángulo de entrada (no es lo mismo que el asteroide colisione con la Tierra de forma directa en un ángulo de 90 grados a que lo haga de forma oblicua o incluso casi paralela); o si la colisión es contraria a la dirección de rotación terrestre; (a esto también tendríamos que añadir la masa y la velocidad del fragmento mayor) tan solo por mencionar algunas variables.
Como sea, acorde a la comprensión de la lectura de Apocalipsis, definitivamente el asteroide no va a caer en el océano Atlántico, porque si así fuese, sepultaría bajo el agua no solo a gran parte de América, Europa y África, sino también probablemente a Israel. Y la profecía en ningún momento tan siquiera sugiere que Israel será sepultado bajo el mar; todo lo contrario, en el panorama del futuro que nos presenta Apocalipsis, Israel será el centro del mundo.
América, Oceanía y gran parte de Asía desaparecerán
Al observar la conformación del orbe planteada por el libro de Apocalipsis, podemos darnos cuenta de que la capital global del futuro será Jerusalén —la cual quedará en el centro del mundo sobreviviente— y no ninguna de las ciudades situadas en las potencias actuales.
Ni los Estados Unidos, ni China, las potencias actuales, figuran en el mapa geopolítico de la profecía.
La decadencia de una potencia mundial puede tomar siglos y, como veremos más adelante, para la aparición del anticristo faltan tan solo unas cuantas décadas por transcurrir. Es imposible que un cambio tan abrupto suceda en tan relativamente corto tiempo, a menos que un cataclismo de proporciones nunca antes vistas por la humanidad cambie drásticamente el contexto mundial.
Si de todos los horrores que describe el Apocalipsis hay uno capaz de transformar de súbito el orden actual para dejarlo tal como aparece en las profecías, ese es la gran montaña envuelta en fuego que se precipitará precisamente en ese lado del planeta.
En el océano Pacífico se encuentra el cinturón de Fuego, o anillo de Fuego. El cual rodea las costas de Asia, América y Oceanía. Concentra algunas de las regiones sísmicas y volcánicas más importantes del planeta. En ese lugar están la mayoría de los supervolcanes del planeta. La energía liberada tendría una capacidad de destrucción global.
Una parte de la iglesia se quedará y otra se irá con el cataclismo
Por lo que podemos entender, una tercera parte de la humanidad morirá en ese cataclismo, mientras que a las dos restantes partes les tocará vivir el escenario en el que transcurrirá la Gran tribulación.
Es el mismo Apocalipsis el que nuevamente confirma esta postura en el mensaje a las siete iglesias, por medio del cual podemos entender que no todo el pueblo de Dios se irá en esa catástrofe, pues mientras que a una iglesia al parecer se le anuncia que le será abierta una puerta de escape, a la otra —la que estaría del otro lado del mundo en el momento del choque contra el asteroide— le dice que sea valiente, pues se quedará aquí en la Tierra.
Así, la parte del pueblo de Dios, que será recogida y trasladada al Cielo por medio de ese evento, sería la que está representada por la iglesia en Filadelfia:
“Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre […] Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra”. Apocalipsis 3:8-10
Esa puerta abierta muy bien podría corresponder con aquella por la que habrán de salir los que se describen a continuación:
“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos […] Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido [*] de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero”. Apocalipsis 7:9-14
[*] Si bien, a primera vista, la forma en la que se ha traducido el pasaje daría a entender que esa multitud ha sido trasladada al cielo como resultado de la muerte en la Tierra durante la gran tribulación, el término griego (ek: ir fuera de; alejarse de; separarse de; Strong G-1537) también puede ser traducido como que se han librado de tal acontecimiento. La Traducción en Lenguaje Actual (TLA) opta por esta última posibilidad:
“Yo le respondí: Señor, usted lo sabe. Y él me dijo: Son los que NO murieron durante el tiempo de gran sufrimiento que hubo en la tierra. Ellos confiaron en Dios, y él les perdonó sus pecados por medio de la muerte del Cordero”. Apocalipsis 7:14 TLA
Tal vez, en vista de ello, es por lo que El Señor hace la siguiente recomendación:
“Pero tengan cuidado de que su corazón no se recargue de glotonería y embriaguez, ni de las preocupaciones de esta vida, para que aquel día no les sobrevenga de repente. Porque caerá como un lazo sobre todos los que habitan la faz de la tierra. Por lo tanto, manténganse siempre atentos, y oren para que se les considere dignos de escapar de todo lo que habrá de suceder, y de presentarse ante el Hijo del Hombre”. Lucas 21:34-36 RVC
Tendríamos entonces que, como ya he dicho, mientras que a una parte del pueblo de Dios —representado por la iglesia en Filadelfia— se le dice que será llevado en tal evento de prueba, a otra parte de la iglesia —la representada por la iglesia en Esmirna— se le confirma que ha sido elegida para quedarse a testificar durante la gran tribulación (representada por los diez días temibles de las Fiestas del Israel bíblico, los cuales van del uno al diez del séptimo mes, es decir, de la Fiesta de Trompetas a la de Día del perdón):
“Y escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás. No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte”. Apocalipsis 2: 8-11
Lo cual concuerda perfectamente con este otro pasaje que habla del sufrimiento de los seguidores de Jesucristo durante los días de la gran tribulación:
“Pero antes de estas cosas les echarán mano y les perseguirán. Les entregarán a las sinagogas y les meterán en las cárceles, y serán llevados delante de los reyes y gobernantes por causa de mi nombre. Esto les servirá para dar testimonio. Decidan, pues, en su corazón, no pensar de antemano cómo han de responder. Porque yo les daré boca y sabiduría, a la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se les opongan. Y serán entregados aun por sus padres, hermanos, parientes y amigos; y harán morir a algunos de ustedes. Serán aborrecidos por todos a causa de mi nombre, pero ni un solo cabello de su cabeza perecerá. Por su perseverancia salvarán sus vidas”. Lucas 21: 12-19 RVA
¿Cuándo sucederá?
Por supuesto que todas las advertencias de la Biblia nos confirman que los eventos que vendrán necesariamente han de tomar por sorpresa a la humanidad (Lucas 21:35), por lo que se ha dispuesto que no tengamos forma alguna de saber exactamente la fecha en qué sucederá el cumplimiento ni de esta ni de ninguna otra profecía en particular, pero sí que contamos con un parámetro que nos puede servir para conocer que tan cerca está: las misiones espaciales.
Las agencias espaciales han echado a andar un sistema de defensa planetaria que se planea sea capaz no solo de detectar a tiempo un asteroide potencialmente peligroso en rumbo de colisión a la Tierra, sino que, con la tecnología que estará implementada dentro de no muchos años, se pueda desarrollar la capacidad ya sea de desviarlo de su rumbo o destruirlo en millones de fragmentos tan pequeños que su impacto en la atmósfera solo signifique un espectáculo similar al de fuegos artificiales.
El sistema de defensa ha dejado de ser un proyecto y ha comenzado a convertirse en una realidad. Tenemos, por tanto, que si la profecía del asteroide mortífero ha de cumplirse, entonces necesariamente debe aparecer en el cielo antes de que la tecnología de defensa planetaria consiga ser desarrollada e implementada en su totalidad.
Todo esto solo puede significar una cosa: que el evento es inminente.
Claramente, la profecía deja entrever que tal tecnología, actualmente en desarrollo, perderá la carrera contra el tiempo y no alcanzará a desplegarse lo suficiente para impedir el desastre. El evento ha de suceder antes de que el sistema de defensa haya alcanzado su desarrollo pleno.
Con este cumplimiento habrá llegado a su fin una era dando paso a otra en la que habrá un Nuevo Orden Mundial. El panorama global quedará conformado tal como se describe en la profecía, a la espera de la llegada del líder que la Escritura llama el anticristo: la bestia que surge del mar, en el capítulo 13 de Apocalipsis.
Las dos temporadas: siega y cosecha
Mediante las dos temporadas agrícolas del antiguo Israel —la siega y la cosecha— Apocalipsis pretende describir el fin de una era humana y el principio de otra.
La primera se corresponde con la temporada de siega, cuando se cortaban los cereales tales como la cebada y el trigo; mientras que la segunda, la que corresponde al fin del ciclo o fin del mundo es la de cosecha, en la que se recogían principalmente las uvas y las olivas, con las que se elaboraba el vino y el aceite:
[1 – temporada de siega] “Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.
[2 – temporada de cosecha] Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda. Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que tenía la hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras. Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios”. Apocalipsis 14:14-20
Así, la siega representaría el recogimiento de gran parte del pueblo de Dios y el fin de la temporada marcada por el cataclismo del asteroide.
Es muy clara la relación que hay entre las profecías del libro de Apocalipsis y el ciclo agrícola en el antiguo Israel. La intención del autor de ese libro es hacer notar esa relación.
Mientras más conozcas acerca del ciclo agrícola de tiempos bíblicos, mejor será tu entendimiento de la profecía del Apocalipsis. Por ejemplo, después de la siega, sucedía la trilla, término que proviene del latín tribulare y el cual alude a la Gran tribulación o Gran trilla. Lo que significa que en el calendario profético, a la siega o el ya mencionado recogimiento del pueblo de Dios, le sigue la trilla, que es la Gran tribulación.
Puedes ahondar en esta fascinante forma de descifrar el mensaje profético de la Biblia en el siguiente estudio, en el que he tratado de exponer de la forma más sencilla posible y al alcance de todos, tales conceptos:
La profecía bíblica y su relación con el ciclo agrícola en el antiguo Israel
Sueños y visiones
¿Has tenido alguna revelación del Señor al respecto en sueños y visiones? Para mí será de suma importancia conocer de ello. Puedes compartirlo conmigo pulsando en el siguiente enlace:
por último, es necesario aclarar que si bien este evento representa el recogimiento de buena parte del pueblo de Dios y su traslado inmediato al cielo, no representa lo que el apóstol Pablo enseñó como el rapto o arrebatamiento de la iglesia, evento el cual sucederá en el contexto de la resurrección de los justos, en el cual volveremos a la vida en este plano material con un cuerpo nuevo.
En el estudio cuya liga pongo a continuación hablo más al respecto del rapto o arrebatamiento: